Aún hoy, en pleno siglo XXI, en plena era en que los bits de información vuelan hasta nuestros smartphones (o telefónos inteligentes), en que viajamos en el transporte público conectados a un mp3, un ipad, un e-book, o similar (aunque yo dirÃa que más bien viajamos desconectados del mundo que nos rodea); pues bien, aún hoy, pervive esta ancestral costumbre del vermú, de las cañas bien tiradas, del reclamar (si es necesario) esa tapita que alegre nuestra bebida.
Es por eso que me decidà a investigar y para ello entré en internet (valga la ironÃa), y hete aquà que me desbordó la cantidad de información. Aquà traslado parte de lo que una página (que ahora mismo no recuerdo) contaba. Valga este capÃtulo, como introducción a otros que seguirán contando más en detalle todos (o casi todos) los establecimientos que todavÃa hoy sobreviven en Madrid y que pertenecen a esta casta tan noble, que son las tabernas o tascas.
En la tasca tradicional nadie te mete prisa. Puedes conocer gente, desarrollar tu ingenio, aprender de los más viejos, oÃr a la vecindad. Todo en la vida tiene sus momentos, excepto las tabernas que son para toda la vida.
La taberna es la institución popular más encantadora desde que Mojamed Ibn Abderraman fundó la villa de Mayrit. Las alojerÃas, donde se vendÃa el preciado cocimiento de hierbas endulzado y enfriado, pasaron a ser tabernas en la era cristiana, y desde entonces los madrileños hemos sabido encontrar en las tascas un lugar para el encuentro, para la charla amable, para la sonrisa y el tentempié reconstituyente.
Las tascas tÃpicas madrileñas que hoy todavÃa podemos admirar se crearon entre los años ochenta del siglo XIX y los años veinte del siglo XX. TenÃan unas caracterÃsticas comunes: las puertas y los cuarterones eran de sólida madera pintada de rojo oscuro, el color del vino tinto. Un rótulo, de madera o de vidrio pintado por el envés, anunciaba el nombre del tabernero y el número de la calle. Los establecimientos se llamaban: Casa Paco, Casa MatÃas, Casa Carmencita,... Eran tiempos en que los hispánicos aún tenÃamos un cierto orgullo y no ponÃamos los letreros en inglés, como se suele hacer ahora. Los locales eran de tamaño reducido. Los interiores se amueblaban con mesas redondas de nogal, bancos corridos y taburetes. Los zócalos eran de buena madera labrada o de azulejo, con una pequeña repisa en su parte superior. El mostrador se coronaba con una pila de estaño donde corrÃa el agua para mantener limpios los vasos y frescas las frascas de vino. Una vez usados, los vasos se lavaban en una cubeta llamada lebrillo. De la hermosa griferÃa manaban la cerveza, el vermú, el agua carbonatada,... Casi todas las tascas fabricaban su propia agua con gas y muchas aún conservan la tÃpica bombona plateada llamada saturadora de seltz. Otros elementos caracterÃsticos eran las columnas de forja, los cristales y espejos grabados al ácido, los anaqueles repletos de viejas botellas, el reloj de pared o la espectacular máquina registradora.
En la década segunda del siglo veinte se pusieron de moda los azulejos, y hubo grandes artistas que nos legaron espléndidos murales, como los que aún perviven en Villa Rosa, Viva Madrid, La Zamorana o Rosell. Entre los maestros del azulejo hay que recordar a Alfonso Romero, Enrique Guijo, Mensaque, Caballero, Ginestal, Blanco,...
Muchas glorias literarias se inspiraron en las tabernas, Machado frecuentaba las buenas tascas de Madrid, como Casa Angel, hoy conocida como “El Comunista”, o “Vinos el Dos”, en la calle de Sagasta.
Ortega y Gasset, que tras impartir sus clases en la Universidad Central solÃa pasarse por El Cangrejero a tomarse un aperitivo, animaba a Valle-lnclán a seguir disfrutando del callejeo y el taberneo:
“Apure usted todo lo que pueda lo noche madrileña. Es ya la única noche que queda en el mundo."
Uno se imagina al bueno de Miguel Hernández escribiendo apasionadamente en la mesa que hay justo a la izquierda de la entrada en Casa Carmencita, en la calle Libertad. Y es que Carmencita era como el segundo hogar de la Generación del 27, porque allà cenaban, entre otros, Lorca, Alberti y Neruda. En la inveterada tasca de Antonio Sánchez se reunÃan Pio Baroja, Sorolla, Zuloaga, Julio Camba y CossÃo; grupo que también cenaba a veces en Casa Ciriaco. En Ciriaco era el pintor Zuloaga quien dirigÃa la reunión, a la que también asistÃan Ortega y Gasset, EI fotógrafo Gyenes, Severo Ochoa y un plantel de polÃticos y periodistas. Otro poeta, José BergamÃn, tenÃa su segundo hogar en la taberna del Alabardero.
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